viernes, 6 de noviembre de 2009

Ensayo


Cómo elaborar una Pastoral Bíblica en las parroquias

por Ricardo Aguilar Hernández
Licenciado en Teología Bíblica


Hace unos días leín un artículo del padre chihuahuense Camilo Daniel Pérez, intitulado “Características de una lectura pastoral, popular y cristiana de la Biblia” y me pareció muy interesante su aportación. Sin duda, el gran sacerdote promotor de los derechos humanos tiene una agudísima visión de pastoral bíblica.


Siguiendo la línea de tal escrito, considero que a estas alturas de la situación social de México y, dado el gran divorcio entre fe y vida que se da en muchos miembros de nuestras comunidades parroquiales, no está demás dar una aportación al respecto de cómo pienso que se podrían reorganizar las estructuras y contenidos de una pastoral bíblica actualizada. Lo hago a manera de ensayo en tres secciones. Este ensayo presenta algunas sugerencias para crear una pastoral bíblica significativa en las parroquias.


El ensayo comprende tres secciones:


1. Fundamentos generales de la Pastoral Bíblica.
2. Modos de trabajo de la Pastoral Bíblica.
3. Propuesta para una relectura que reprograme el pensamiento y la vida emocional de los lectores de la Palabra.

1. Fundamentos Generales

Primero que nada, considero que cada sacerdote debe que tener claro el objetivo de una pastoral bíblica: Proporcionar a los fieles cristianos la enorme riqueza de la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia.

Tomando los elementos del método prospectivo, vale la pena partir de nuestra situación actual y eso surge del estudio de los hechos. Notamos cómo la mayoría de nuestras comunidades viven al margen de la Palabra de Dios, pero la Sagrada Escritura es patrimonio de todo el pueblo de Dios, por lo que precisa devolverle al pueblo lo que le pertenece: La Palabra de Vida.

La Escritura Sacra no es instrumento de consolación en los pesares ni de erudición de los estudiosos, sino un instrumento eficaz de evangelización y de liberación de los criterios mundanos, para poder vivir unidos al proyecto de Dios: ser familia con Él.

Como hizo Jesús en su tiempo, es fundamental para la vida de la Iglesia, devolver la Palabra de Dios al pueblo. Se trata de hacerla accesible a todos, también mediante parábolas, comparaciones y ejemplos sencillos tomados de la vida cotidiana y que permitan a la gente comprender mejor el mensaje bíblico.

Cuando una persona de una comunidad toma la Biblia y la interpreta desde el Espíritu en que fue escrita, ilumina su vida personal y aporta una luz más penetrante para quienes viven condiciones semejantes a la de ella. Esto es motivo de gran alegría porque vemos cómo se realiza la interpretación de la Biblia desde la misma Iglesia.

Con la Biblia interpretada desde el pueblo, se iluminan nuestros criterios de juicio, nuestros valores y nuestros ambiente, de modo que detectamos con facilidad los modelos de vida contrarios a la Palabra de Dios y al proyecto salvífico de Dios en Cristo (Cfr. EN 19).

Con el Evangelio transformemos la cultura del pueblo. El objetivo final es estar familiarizados con la Escritura, lograr la unión plena entre fe y vida. Para ello, se requiere un compromiso eficaz para hacer presentes los valores y criterios del Reino, así como defender los derechos humanos y suscitar el cambio de mentalidad para que las personas sean más productivas y no pierdan tanto tiempo quejándose de las condiciones sociales y económicas. Es cierto que hay mucha injusticia en el mundo de la economía, de la política y de lo social, pero quejarnos de todo no soluciona nada.

Tenemos estudios de sobra que nos permiten ver la magnitud de la crisis económica, de la reducción del gasto social, del retiro de subsidios, de los bajos salarios, etc. Todos sabemos sobre la impunidad de funcionarios públicos, de los narcos, etc. Todos somos conscientes de la inseguridad social, tan global. Pero seguir rasgándonos las vestiduras no hará sino aumentar la sensación de impotencia ante tanta injusticia. Hemos de trabajar ya.

Dios ama a cada persona como si fuera lo único de la creación, pero nos ama en comunidad también. En la Palabra de Dios, Él se muestra como defensor de los débiles, de las viudas y de los huérfanos. En el Nuevo Testamento, Jesucristo es la presencia misma de Dios, que se manifiesta solidario con cada persona y al reprogramarla en su interior, la hace promotora de la vida, del respeto y de la transformación social. Esto es lo que habría que impulsar en el pueblo que para que interprete la Escritura.

El primer paso es escuchar la Palabra, dentro de nuestro contexto, pero con fidelidad metodológica, para comprender lo que el Espíritu quiere decir a las iglesias locales. En la ecucha de la Palabra, podremos tener la continua experiencia de Jesús, Palabra Encarnada.

Experimentemos al Señor como amigo y compañero de camino en la vida, leamos la Escritura con un enfoque liberador, dejemos que Dios reprograme nuestras mentes, nuestros sentimientos, que logre en nosotros la superación de criterios mundanos y forjemos otros más humanos y solidarios. Proclamemos la Palabra en armonía con la intención de la tradición de la Iglesia: iluminar la vida de los fieles, que son la Iglesia.

No hay nada más emocionante que captar y experimentar la novedad de la vida de Cristo en nuestra vida presente, así como el comunicarla a otros para colaborar en la transformación social. Eso es luchar por el Reino, por hacerlo tangible en el presente, que es lo único que tenemos. La Palabra de Dios reprograma nuestra mente, nuestras emociones y acciones, revoluciona nuestras costumbres, da cohesión y novedad a nuestra vida desde Dios. Leamos nuestra condición personal, comunitaria y nacional desde la perspectiva de Aquel a quien pertenece la Historia, pues ante Dios, el presente, pasado y futuro están unidos. El tiempo es para él, un eterno presente.

Una parte fundamental en el camino de la conversión es la toma de conciencia de que Dios conoce de antemano todos nuestros pecados y todas nuestras limitaciones y, no obstante, nos confía sus misterios, su Vida, su Palabra, su proyecto de salvación, de conformar una familia en torno a Su Amor.

Actitudes que hemos de suscitar en el pueblo
para leer y encarnar la Palabra de Dios.

Lo esencial de leer la Biblia en comunidad no es llegar a ser expertos en exégesis, sino en gozar de los beneficios de la vida que ésta produce. Ahí descubrimos cómo la Palabra de Dios da vida en abundancia a quien la medita, pero lo hace durante el proceso de meditarla, no como resultado de un esfuerzo exigente.

Para que los lectores saquen provecho de la Palabra, es necesario que primero vean sus vidas con agradecimiento, que vean cúanto ama Dios la vida de cada uno y cómo incluso los momentos duros forman parte del hermoso mosaico que es la vida. Nuestra vida es un proceso y hay que tomarla como tal. La Palabra de Dios nos transforma, pero con un ritmo. Leyendo la Biblia de cara a la vida nos permite encarnarla, hacerla vida en acciones de amor, de justicia, de convivencia humana y de solidaridad, aun cuando haya tantos conflictos sociales e inseguridad. La Palabra de Dios nos lleva a amar la vida, a darle dinamismo, como Jesús lo hizo.

Lo importante no es pretender lograr todas nuestras metas desde un enfoque espiritual, sino gozar del proceso. Darnos cuenta de las personas en que nos convertimos cuando vivimos nuestros procesos desde Dios, desde su Palabra.

La Palabra de Dios es el tesoro que Él depositó en las manos de su Iglesia, de sus creyentes. Todos somos intérpretes de la Biblia y la eficacia de nuestra interpretación depende completamente de nuestra actitud humilde ante el Espíritu Santo, autor divino de la Escritura. Al dejar de aferrarnos a las cosas y a los criterios de este mundo, nos capacitamos para escuchar e interpretar la Palabra divina y así, generar cambios en nuestra existencia. Sólo entonces podremos interpretar la Escritura desde el Espíritu que la inspiró, valiéndonos incluso de la analogía de la fe (Rom 12,6), que es la “cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la revelación” DV 12).

Todos los fieles pueden comprender la verdad revelada y transmitirla, pero la eficacia de tales acciones dependerá de la relación íntima que los fieles tengan con Dios. El pueblo tiene una gran intuición y goza de este “sentido de la fe”, que no puede ser menospreciado por parte de biblistas o sacerdotes que se sientan más eruditos por los estudios teológicos que realizaron. El pueblo, guiado por el Espíritu Santo y por el Magisterio de la Iglesia, puede comprender el mensaje liberador de la Palabra divina. Toda persona que lea la Biblia es lector implícito de la misma y podrá intuir con la fe, el mensaje salvífico y liberador que Dios le propone.

Busquemos hacer en nuestras comunidades verdaderos Oyentes de la Palabra, que estén atentos a la percepción de la fe, abiertos a lo que intuyan que viene de Dios.

La lectura comunitaria de la Escritura Sacra es el espacio para la auténtica lectura católica de la Palabra de Dios, pues la Biblia ha de leerse en comunidad, con el alma del pueblo, con apertura y sentido de comunidad. Además, la Palabra de Dios está contenida en el texto sagrado y en la Tradición viva de la Iglesia. Esta Tradición es básica para comprender la Escritura en su propio contexto originario y teológico. La Tradición será el espacio vital de interpretación del texto sagrado. La Tradición es el testimonio de la vida cristiana, de la vivencia litúrgica y sacramental, de la enseñanza del Magisterio eclesiástico, durante ya dos milenios. Explicar la Biblia sólo será posible desde la experiencia de Dios en nuestra vida personal y comunitaria, no desde los instrumentos exegéticos del mundo árido de la erudición. Procuremos enseñar a los fieles a leer la Escritura en continuidad histórica con todos los santos y con los Padres de la Iglesia, que escucharon y anunciaron al Dios vivo y verdadero en su tiempo histórico.

Demos una ayudadita práctica a todo esto:
Fundemos las premisas para una lectura comunitaria y fiel de la Palabra:

1. La Biblia se escribió en contextos comunitarios, en los que los escritores y su pueblo tomaron conciencia de ser “pueblo de Dios”. Eso nos permite comprender por qué en la Biblia aparecen varias alianzas (con Moisés, Josué, David, Cristo). Quienes detrás de las palabras de la Biblia tuvieron esas experiencias impactantes del Dios que dio unidad al pueblo, nos legaron una confesión: Yahvé lo sacó de la tierra de servidumbre, los liberó y los constituyó en “pueblo de su propiedad”. La finalidad de la liberación del pueblo fue doble: para que le rindiera culto a Dios y para que éste les diera una tierra, prometida ya a los patriarcas. Esta lectura nos permite descubrir cómo la Escritura es testimonio desde el enfoque de los pobres y marginados que ahora gozan de un status nuevo de “Pueblo de Dios”. La Biblia es el patrimonio de todo el pueblo en cuanto se siente constituido por su Señor.


2. Leer la Biblia no es un acto de investigación antropológica del pasado, sino el modo de iluminar nuestro presente en el mundo. La Palabra de Dios nos da identidad como Pueblo y nos coloca en continuidad con la tradición de un pueblo que se sabe “escogido por Dios”. Sólo así comprendemos el lenguaje histórico, mítico o simbólico de la Escritura en sus diversos libros. El lenguaje de la Biblia nos impulsa a inculturar su mensaje en el hoy. Lo importante es que la gente capte la verdad liberadora de la Palabra, su vitalidad y su forma de darle sentido pleno a nuestra peregrinación por este mundo.


3. La Dei Verbum nos recuerda que la Biblia ha de ser interpretada con el mismo Espíritu con que fue escrita. El objetivo de una interpretación no es sólo comprender nocionalmente, sino interiorizar y hacer vida el mensaje. De ahí la importancia de implorar la presencia y asistencia del Espíritu Santo y tener en cuenta algunos criterios de discernimiento que nos permitan hacer una lectura guiada por el Espíritu de Dios:


3.1. Todo texto bíblico nos conduce al encuentro con el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Lo experimentamos como un Dios liberador, solidario y defensor de los necesitados a través de hechos históricamente comprobables. Este Dios supera toda idolatría, pues las idolatrías oprimen al hombre, lo enajenan y destruyen su humanidad.


3.2. Leer la Biblia con el Espíritu que la escribió nos lleva a actuar, a adquirir compromisos de Vida Eterna con Dios y con el pueblo. Se trata de vivir según el Espíritu de Dios, liberándose de los criterios mundanos. Todo personaje lleno del Espíritu de Dios en la Biblia, fue comprometido con el pueblo, luchando por liberarlo de modos concretos de opresión. El hombre y la mujer de Dios, comparten la vida, la fe y las defienden junto con el pueblo. Por ejemplo:


Moisés y los 70 ancianos (Num 11, 24-25).
Josué (Num 27,18).
Los jueces (Jue 3,10; 6,34).
Los profetas (Is 61,1-2).
Saúl (1Sam 10,1).
David (1Sam 16,13).
Los discípulos (Jn 20,22).


Todos ellos vivieron según el Espíritu, compartiendo los sentimientos de Dios, las actitudes y opciones de Jesús (Lc 4,18-21). San Pablo recomienda vivir según el Espíritu (Rom 8,4.9.14; Gal 5,16-25). La lectura meditada de la Escritura nos permite vivir la vida de hijos de Dios, en santidad y justicia en la presencia del Padre, todos nuestros días (Lc 1,74-75). Quien se adentra a esto, automáticamente va dejando atrás la vida según el mundo.

Cómo leer pastoral y comunitariamente la Biblia?


1. Introducir el texto al corazón de la gente.


Este paso está fundamentado por la exégesis católica, pues los exegetas tienen como tarea, estudiar y explicar la Palabra de Dios para ofrecernos sus riquezas y ponerlas a disposición de los pastores y de los fieles. Todo sacerdote que ama al pueblo, le alimenta su fe al participarles, en lenguaje sencillo, los resultados de las investigaciones de los exegetas, que permiten sacarle jugo a la riqueza contenida en la Palabra de Dios. Es fundamental que los sacerdotes estén actualizados en los resultados de la investigación científica de la Biblia. La exégesis científica ayuda a captar las etapas y relecturas de la Biblia.

2. Hacer que la Escritura ilumine el camino del pueblo.


Una vez que la gente sintoniza con el texto y se siente familiarizada con él, siente empatía. El texto bíblico forma parte de la historia de las personas y las orienta para identificarse, promoverse y tomar conciencia de ser pueblo de Dios. En la lectura meditada de la Palabra de Dios, las personas releen sus vidas y perciben en la Palabra una iluminación eficaz para descubrir el sentido de su existencia.

3. Inducir la Escritura por la fe.


Hemos de partir de una certeza: Dios está con nosotros, por amor. Así como condujo a su pueblo en el pasado, lo sigue haciendo hoy. Esta es la meta-intuición que está detrás de toda lectura de la Palabra.. Así como Dios estuvo allí, mediante la Palabra el lector toma conciencia de la presencia de Dios en la vida presente. Esto le da sentido y esperanza a su vida, que viene contemplada dentro de la gran historia de salvación. Dios sigue dinamizando la vida del lector creyente. Dios actúa en la vida de cada uno, hoy. La gente busca en la Palabra al Dios que se manifiesta en ella. El texto bíblico ilumina los corazones de quienes buscan al Señor y les permite percibirlo, experimentarlo y degustarlo, sumergiéndose en la presencia amorosa de Dios.

4. Experimentar el mensaje bíblico como presencia de salvación para todos.


En los relatos de la Biblia se nos da un sentido de salvación. Cada vez que los leemos, nos dan nuevo significado a lo que vivimos en el presente. Este nuevo significado surge del texto que nos ilumina y que crea una continuidad de la intención divina de hacernos a todos familiares suyos. Los relatos bíblicos son, junto con nuestras historias personales, gotas del gran río de la historia humana a los ojos de Dios. Este río es el único pueblo de Dios, a lo largo de los milenios. Desde la fe, cada uno y todo el pueblo, puede releer su vida como memorial de la presencia salvífica de Dios en medio del mundo.

5. Descubrir el mensaje de la Palabra como Creadora de Libertad.


Por todo lo anterior, el texto bíblico es descubierto por el mismo pueblo, como creador de libertad en las circunstancias mismas que vive la gente: situaciones de pobreza, marginación, etc., y les infunde esperanzas y anhelo de la gracia del amor divino que nos libera de toda opresión.

Son muchas las aproximaciones que pueden ayudar a este propósito: aproximaciones desde las ciencias sociales, desde la psicología social, desde la antrpología cultural, desde los métodos exegéticos de la pragmalingüística, la retórica y la semiótica. Sin embargo, tales metodologías son presentadas en las aportaciones de los exegetas y han de ser estudiadas por los pastores para tomar de ellas elementos necesarios para introducir a los fieles en el conocimiento del sentido literal de los textos bíblicos y así, evitar lecturas parciales.

Cuando hay fidelidad en el trabajo por conocer el sentido literal de un texto bíblico, habrá fidelidad en el intento de actualizar el sentido de la Palabra para el hombre del aquí y ahora.

Continuará…

Bibliografía

Constitición Dei Verbum del Conciclio Ecuménico Vaticano II.
Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, Pablo VI, 1975.
Camilo Daniel Pérez, “Características de una lectura pastoral, popular y Cristiana de la Biblia”.

domingo, 27 de septiembre de 2009

"La verdad los hará libres" (Jn 8,32)


“La verdad los hará libres” (Jn 8,32)

Reflexión en torno al hombre y su autenticidad de vida
Autor: Lic. Ricardo Aguilar Hernández

Cuando Jesús dijo las palabras “las verdad los hará libres”, lo dijo en un contexto de una controversia con los judíos, que se pretendían poseedores de la verdad revelada completamente por Dios.

Hoy día, habitamos un mundo lleno de hombres y mujeres confundidos, es decir, que están tan volcados sobre su afán de autoafirmar su personalidad (mas no su esencia de ser personas), que se pierden en las vaguedades del ser. El humano confundido es aquel que se abandona a su propio ego a tal grado, que se cree “medida de todas las cosas”, pero al ver que las cosas no se someten a su despótica presunción, se da cuenta de que ha perdido el piso, ha perdido la medida de la proporción de su estar ante el mundo. El hombre confundido es aquel que no sabe para qué nació, que no comprende para qué vive, que no sabe en fin, el “para qué” de la vida. Encima de todo, como no aprecia el valor de la meditación, se pierde más cuando se deja envolver por un sinfín de distracciones banales.

 
El hombre confundido es la esencia del hombre occidental u occidentalizado. Es aquel que ya no valora nada, ni su propia vida y, por eso, se afana en los llamados “deportes extremos” en los que busca llenar, a golpes de adrenalina, su vacío existencial. El hombre confundido también se arroja a la espiral interminable del conflicto con los demás, pues inconscientemente proyecta su conflicto interno y, como le parece insoportable, busca siempre culpables. Como esta técnica de huída del vacío le proporciona cierta satisfacción, crea una cultura de la cacería de brujas y en toda situación adversa busca culpables. De ahí que incluso hasta de un terremoto, una inundación, huracán o cualquier eventualidad producida por la madre naturaleza, el hombre confundido busca autoafirmarse buscando en los demás, culpables que le paguen por su propia calamidad. Así es como surgen por todos lados culturas neuróticas, apresadas por su propia patología psicótica.


El hombre confundido tampoco aprecia el mundo del arte, ni las culturas. Pretende rebelarse contra toda raíz cultural, tachándola de “superstición de los ancestros” y quiere suplantar su identidad cultural mediante la vanagloria del cientificismo, pues cree que las ciencias empíricas son la panacea de lo inteligible. El hombre confundido se permite pisotear la pobreza del que vive en la miseria, le cierra la mano al que le pide ayuda, se jacta de saber más que los así llamados “ignorantes”, pero no se presta, no se entrega, viviendo sólo para sí.

El hombre confundido vive como vil prisionero de sus ideas pragmáticas de las que sólo busca valerse para “darse valor”. En realidad, sufre la cárcel de su propio dogmatismo egolátrico. El hombre que vive en tal estado, cree que el dinero es “oportunidad para gozar”, pero en realidad, ¿qué tipo de goces proporciona el dinero? Sólo goces pasajeros. El hombre confundido se desvive en el trabajo para tener dinero, es decir, para tener oportunidades de goce fugaz, pues al final de la vida, con nada se queda. Su dinero no lo salva de caer en la fosa.


El hombre confundido niega la religión, niega una vida eterna, niega la posible existencia de un Dios, porque se cree él mismo “medida” del mundo. Al negar un sentido trascendente a su vida, el hombre cae en una mayor confusión cuando se da cuenta de que él mismo no es eterno. Muchos hombres confundidos caen en la desesperación de llegar a ser “no-ser” en la muerte y, por tanto, encuentran en la mal llamada eutanasia, un camino de huída a su propia vaciedad, al sentirse desnudos ante el misterio de la muerte y del dolor.


Jesús, en cambio, dijo: “la verdad los hará libres” y tales palabras son una invitación a recibir humildemente el misterio del Hijo del hombre, el misterio de la revelación de un Dios que es omnipotente en virtud de su Ternura. La verdad de la que habla Jesús es Él mismo, es la revelación amorosa de Dios, que sale al encuentro del hombre, para unirlo a su vida divina.

La libertad que promete Jesús es el estado de plenitud humana al que nos llama aquél que nos creó dándonos un corazón con sed de eternidad. La libertad consiste en romper con los criterios mundanos, propios del hombre confundido, para poder así tener plenitud de decisión con el fin de orientar la propia existencia como “don para los demás”, con plena responsabilidad de las propias acciones así como para sentirse responsable de aquello que los interlocutores hacen. ¿Por qué esto? Porque si asimilo la verdad de que soy presencia del amor tierno de Dios en el mundo, no puedo quedarme inerte ante el vacío existencial que puede vivir mi interlocutor en el mundo. Si mi vida no logra ser “apelación” o “llamado” de Dios para esa persona que es mi interlocutor, entonces no soy significativo para esa persona. Mi vida y mi presencia ante él no le dicen nada. Le da igual si vivo o no, le da igual si hay Dios o no, le da igual tener un sentido por el cual vivir o no.


Por eso, sólo la meditación es el camino para encontrarme con la plenitud de la ternura de Dios que habita en mi interior, para luego recrearme en tal ternura amorosa y bondadosa y después, ser así expresión divina en el mundo, ante cada hombre o mujer al que yo salga al encuentro. Eso es tener espíritu de “buen samaritano”. Al ser expresión del amor tierno y bueno de Dios para otra persona, a su vez, me permito enriquecerme por esa persona, por su forma de estar en el mundo, aunque sea una forma aparentemente ilusa. En el fondo, hasta los hombres y mujeres confundidos son morada del amor de Dios, pero no lo saben. Como son prisioneros de su propio afán de autoafirmación ante el mundo, no perciben la delicadeza de su dignidad más profunda. No se dan cuenta de que el Amor eterno, tierno y bueno de Dios habita en ellos y, por tanto, fácilmente se dejan atrapar por el miedo y la voracidad de las distracciones que ellos mismos generan en su mente y en su corazón.


Más allá de la meditación viene luego otra escala mayor: la contemplación, que se comprende sólo a la luz de la mística, del deseo ardiente y paciente a la vez, del Dios de la vida. El hombre místico es, por esencia, contemplativo. Vive la plenitud de su humanidad a través del ser “humus”, del ser humilde, pues sólo quien es humilde se predispone a recibir algo, a recibir un “plus” a su “humus”. El humilde es aquel que se coloca en las manos de Dios y camina en su presencia. Cuando el libro de Los Números dice que “Moisés era el hombre más humilde de la tierra” (Num 12,3), lo expresa en este sentido. Moisés, en su tiempo, fue el hombre que vivía siempre en las manos de Dios, que se confiaba a Dios totalmente, a pesar de sus limitaciones y temores. Moisés era el hombre que vivía a plenitud su conciencia de ser polvo ante Dios y ante los demás hombres. Sólo así preparó su interioridad para ser morada del Dios que afirmó ser el Fiel por excelencia.

Jesucristo va más allá de Moisés, pues viene más allá de él. Jesús es el Verbo que desde siempre ha habitado y habita en el seno del Padre, que ha contemplado a Dios cara a cara y él mismo es el rostro de Dios para el mundo. Jesucristo es el más humilde ser que ha deambulado sobre la tierra, porque su existencia eterna misma la ha recibido del Padre, que es fuente de la Trinidad. Jesús vive siempre de cara al Padre, contemplando al Padre y nada hace fuera de la voluntad del Padre. Su vida, su acción, su misión, las desarrolla en íntima unión con el Padre al grado de poder decir que es el Padre quien obra en él. Las obras (tá érgata) de Jesús, son las obras del Padre en el mundo (Cfr. Jn 10,32.37). La vida de Jesús es el modo concreto como el Padre se revela a la humanidad de modo pleno, mas no de modo exclusivo.

El ser humano que quiera vivir en plenitud, deberá abandonar sus pretensiones y criterios mundanos, deberá dejar atrás su condición de confundido para abandonarse al misterio de su propio ser que habita en su interioridad. El hombre que quiera darle sentido a su vida tendrá que lanzarse a los abismos profundos de su vida interior, de su corazón, de su aparente vacío. Ahí es donde encontrará su esencia más profunda, donde se encontrará cara a cara con el misterio de la vida, con el sentido de su existencia, con la presencia de Dios que desde siempre ha habitado en su corazón. Si esta disposición y acción la tuvieran todos, el mundo sería un paraíso auténtico. La humanidad viviría colmada de amor y solidaridad. Esta “utopía” es posible realizarse, pues si algunos la han logrado, es que todo ser humano puede lograrla también. Cuando uno vive esta dimensión de la existencia, goza de ello e inconscientemente autoriza a los demás a hacer lo mismo. Todo gurú, santo e iluminado en la historia de la tierra, nos ha querido decir esto, nos ha mostrado que en nosotros radica la posibilidad de vivir lo eterno en cada instante, la posibilidad de ser plenos en cada decisión que tomemos, en cada acción que realicemos. Eso es la libertad. Esa es la libertad a la que nos llama Jesús. Sólo así haremos realidad sus palabras en nosotros: “La verdad los hará libres”.


martes, 22 de septiembre de 2009

Los ángeles en la Biblia: ¿Mito o realidad?


Los Ángeles en la Biblia

Autor: Lic. Ricardo Aguilar Hernández

ÁNGEL "Mal-aj" (en hebreo)

Literalmente en hebreo, significa “mensajero” o “enviado” y designa la función de un ser que está al servicio de Dios. Los ángeles simbolizan la cercanía de Dios, hacen de Dios visible o sensible, experimentable en la vida de los hombres. Encarnan algunos atributos de Dios, como su poder, su gloria y su providencia. Cuando aparece la expresión ángel de Yahvé; se suele indicar con ello una intervención especial de Dios (Gen 16, 7-13; Ex 3,2; Jue 6,11-24). Este término simboliza una intervención divina en la vida de una persona concreta. Tal expresión puede evocar al mismo Dios, pero evitando su nombre. Esta acción divina es a favor del pueblo. La lucha entre Jacob y el ángel de Dios, releída en Os 12,4-5 da a entender que Jacob luchó contra Dios, no contra un espíritu puro (que sería una terminología griega). En Gn 16, 7-13 el ángel de Yahvé habla con Agar (madre de Ismael) y le hace una promesa divina: “multiplicaré tu descendencia…” y Agar se preguntaba si había visto “las espaldas” de Aquel que la ve. En la aparición a Moisés, en la zarza ardiente, parece que el “Ángel de Yahvé” es el mismo Dios (Ex 3,1-5).

Los ángeles son vistos como miembros de la corte celestial o ejército divino (Jos 5,14), “hijos de Dios” o “santos de Dios” (Sal 29,1; 89,6.8; Job 1,6), testigos de la Creación (Job 38,7). Además, el ángel alaba a Dios y lo sirve como intermediario entre Él y los hombres. En cuanto intermediario cumple algunas órdenes divinas:

Proteger (Ex 23,20; 2Re 19,35)
Vengar (2Sam 24,16-17).
Anunciar desgracias (Sal 78,49; Job 33,22; Prov 16,14; Sal 91,11).
Ser intermediario en la profecía (Ez 40,3; Dan 10, 5-6.11; Zac 1, 8-9; 2,2)
Servidor litúrgico, cuya función es alabar (Sal 103, 20; 148,2; Is 6,2s.).
Guiar al pueblo en el éxodo (Ex 14,19; 23,20.23).
Aniquilar enemigos de Israel (Ex 12,23; 2Re 19,35).

El ángel pasó a significar una criatura celestial, superior a los humanos, pero inferior a Dios, pues éste les encarga una función en la Creación. Sólo tardíamente se emplean nombres propios para algunos ángeles, como: Gabriel (Dn 8, 19; 9,21-22), Miguel (Dn 10,13.21; 12,1), Rafael (Tob 3,17; 5,4). Luego, en la literatura apocalíptica tienen un lugar muy importante, pues dan a conocer los secretos divinos (Zac 3,1-7; Dn 10,13-14).

Angelologías en la Biblia:
- En el libro de Tobías: Un ángel acompaña, protege y da éxito a lo que emprende un hombre que confía en Dios. Parece un hombre, luego un ángel de la guarda, pero resulta ser un ángel de los siete que están ante la gloria de Dios y su presencia (Tob 12,15).
- En el libro de Daniel: Hay ángeles que presiden las naciones (Dn 7,10) y aparecen los nombres de Gabriel y Miguel:
- Gabriel revela el significado de las visiones del profeta (Dn 8,6; 9,21; igual se ve en Zac 1-6; Ez 8-11; 40-44).
- Miguel: Es uno de los primeros príncipes (Dn 10,21) que cuida al pueblo (12,1).
- Querubines (híbridos de hombre y animal, con alas: Gn 3,24; Ez 1; 10,19; 11,22; Sal 18,11).
- Serafines (híbridos con seis alas: Is 6,2). Estas últimas dos representaciones pueden ser influencia extranjera.

Ángeles custodios
- Aparecen en Tob 3,17 y Dn 3,49. Representan a Dios las oraciones de los humanos (Tob 12,12) y son sus guardianes (Sal 91,11).
- Lo importante para la Biblia no es la ontología angelical, sino la función que ellos ejercen:
Simbolizar la unión entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, entre lo material y lo espiritual, como se ve en el “Sueño de Jacob” (la escalera que asciende al cielo y los ángeles suben y bajan en ella y en la cima de la misma estaba Dios: Gn 28,12-13). Los ángeles simbolizan el deseo humano de querer llegar a Dios y el anhelo de Dios de bajar a acompañar a los hombres. - Los ángeles importan por su función: evocan lo inaccesible del misterio de Dios, simbolizan su presencia trascendente, en nuestra vida y en el mundo.

Nuevo Testamento
Los autores del Nuevo Testamento ven a los ángeles como:
- Mensajeros y miembros de la corte divina (Lc 2,13; 12,8.9; 15,10; 1Tm 5,21; Ap 3,5; 5,11).
- Por ser superiores a los hombres (2Pe 2,11), son guardianes de los hombres y contemplan siempre el rostro del Padre (Mt 18,10).
- Acompañantes de Jesús desde su infancia (Mt 1,20.24; 2,13.19), como sirvientes de Jesús tras las tentaciones del desierto (Mc 1,13; Mt 4,11), en su agonía (Lc 22,43) y en la resurrección (Jn 20,12; Lc 24,23; 1Tm 3,16). Subirán y bajarán sobre Jesús (Jn 1,51).
- Soldados de Dios (Mt 26,53).
- Superiores a la humanidad del Jesús prepascual (Heb 2,9), pero al resucitar, los superó en honor (Ef 1,21; 1Pe 3,22; Mc 13,27; Heb 1,4ss; Flp 2,9s).
- Fueron el medio por el que Dios entregó la Ley al pueblo judío (Hch 7,53; Gal 3,19).

Escatología
En cuanto a su capacidad intelectual parecen ser superiores a los hombres pero ignoran el día del retorno de Jesús para el Juicio final (Mc 13,32 y par;), sin embargo, serán sus ejecutores (Mt 13,39), vendrán acompañando a Jesús (Mc 8,38 y par; 2Tes 1,7), reunirán a los elegidos (Mt 24,31; Mc 13,27) y lanzarán al horno ardiente a los malos (Mt 13,41-42).
Serán como ellos los hombres y mujeres redimidos en el cielo (Mc 12,25 y par).
Según Judas, un avrca,ggeloj dará la señar del último día. Será Miguel. También aparece este vocablo en 1Ts 4,16. Sólo Gabriel y Miguel son mencionados por nombre en el NT.
También hay ángeles malos al servicio de Satán (Mt 25,41; 2Cor 12,7) y se irán con él al fuego eterno (Mt 25,41). Serán juzgados por los hombres (1Cor 6,3 aunque Pablo no especifica si serán los ángeles malos, pero podemos suponerlo), pues pecaron y merecieron el infierno (2Pe 2,4; Judas 6).

En este tiempo previo al Juicio Final, los ángeles…
están presentes en la vida de la Iglesia (Hch 5,19; 8,26; 27,23; Ap 1,20), la protegen y luchan por la salvación de los creyentes (Ap 12,1-9), no pueden obstaculizar el amor de Cristo a los hombres (Rom 8,38), comunican el juicio de Dios (Hech 12,23),
acompañan a los justos para introducirlos al paraíso (Lc 16,22),
asisten a las asambleas litúrgicas (1Cor 11,10), por lo que las mujeres han de tener un signo de autoridad sobre sus cabezas,
desde la dimensión celeste contemplan la lucha de los predicadores (1Cor 4,9; 1,Pe 1,12) y actúan a favor de los apóstoles (Hech 5,19; 12,7ss) y les anuncian la voluntad de Dios (Hech 8,26; 10,2ss; 27,23),
existe el riesgo de que sean idolatrados (Col 1,55ss; 2,18; Ap 19,10; 22,8s) por los que ignoran la verdad de la única mediación de Cristo.

La Iglesia ha extendido el concepto de arcángel (referido en Judas 9 a Miguel) a Gabriel y a Rafael. Luego se habló de la jerarquía celestial, basándose en Col 1,16; 2,10; Ef 1,21 y 1Pe 3,22): arcángeles, ángeles, serafines, querubines, principados, potestades, virtudes, tronos y dominaciones.

Preguntas:

Sabiendo que la Iglesia acepta la existencia de tales seres y los incorpora como parte integrante del Dogma de fe en Dios Creador, ¿cómo podemos explicar al hombre moderno de hoy la actividad angélica sin que se confundan con ideas esotéricas tan de moda hoy?

¿Qué es más importante: desgastarnos en indagar cómo es la esencia y existencia de los ángeles o subrayar más bien la función de éstos en la vida de los fieles, de acuerdo al sentido de la Escritura?, ¿es significativo sostener la idea de las jerarquías angélicas?

Varios teólogos consideran que el único modo válido de plantear la existencia y función de los ángeles es dentro de la Cristología. ¿Cómo explicar entonces la angelología en el Antiguo Testamento, sin caer en reduccionismos histórico-culturales como decir que fueron una “mera importación de las culturas babilónica, persa, cananea o egipcia”? ¿Cómo podríamos definir “angelología”, dentro de la Cristología o fuera de ella?

Bibliografía

Bietenhard, Hans, “Ángel” en Coenen, Lothar et al., Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, Vol. I., Sígueme, Salamanca 2003, 129-133.

Schaefer, Konrad, O.S.B. (compilador), Vocabulario de Dios en el Antiguo Testamento, material para uso privado de la materia Teología del AT, Universidad Pontificia de México, Enero-mayo de 2009.